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ISSN 1989-4163

NUMERO 25 - SEPTIEMBRE 2011

Los Tíos

Francisco Gómez

Una forma de medir el terrible paso del tiempo sobre nuestras cabezas es hacerlo echando una mirada observadora a la familia. Aquellas personas que formaban parte hermosa del territorio de nuestra infancia y ahora tenemos en fotografías desgastadas en blanco y negro con los márgenes dentados y blancos.

Aquellas escenas de playa cuando el tiempo aún era nuestro y el futuro  no era más que una palabra vaga. Extraña. La orilla y la arena dibujaban el contorno de nuestros sueños  con nuestros primos y tíos que sonreían a la cámara echándole un pulso al reloj.

Las tardes de verano, lentas y eternas en aquellos caminos de tierra polvorientos y amenizados por los trinos de los pájaros en las copas de algarrobos, granados y almendros. Los enfados y discursiones infantiles con la autoridad delegada a los tíos, son un cúmulo de recuerdos que de vez en cuando colorean nuestra ventana de hoy, gris y desolada.

¿Cuántas veces habremos traicionado al niño que fuimos, al joven hambriento de sueños y las manos llenas de ilusiones hasta no caberle en los bolsillos? El tránsito a la madurez cuando el futuro recortaba sus alas y dejábamos atrás nuestra patria y las expectativas recortaban sus dimensiones.

Hoy, recorrida la mitad de la vida y sin grandes cosas que anotar en el cuaderno sentimental, concluimos que el paso del tiempo se ha aliado con la trágica y temida señora del último día. Algunos de los tíos que formaban parte del escenario de nuestra melancolía han emprendido el viaje definitivo. Y nosotros nos quedamos más solos, huérfanos y desconcertados.

Mi tío Félix, que siguió fumando sus cigarrillos  hasta el fin...Hasta que su mujer, mi tía Pepa, le puso un par de paquetes en los bolsillos de la chaqueta que envolvía su traje de madera. Mi tío José, en el mítico pueblo manchego donde Cervantes soñara sus amores en mitad de la estepa castellana de viñas, trigo y alfalfa, se marchó una tarde de abril a recorrer los cielos infinitos y azules como mares mientras soñaría veladas gloriosas de toros, puros y libertad. Mi tía Fili, Felicidad, el nombre más hermoso de todos los nombres y que cumplió su vida regalando amor y servicio hasta el final.

Mis otros tíos, ya mayores, entrando por las puertas de la ancianidad, pesarosos porque sus hermanos ya han caído. Mi buen padre, cada vez más mayor al que las fuerzas y energías le están abandonando.

El paisaje es niebla y tiempo declinante que ahora encapota nuestras vidas. El territorio de dudas que siembra el corazón. El tiempo que no perdona y se cobra su soldada. El tiempo que desgasta nuestros sueños y nos vuelve más escépticos, traidores de nuestras vidas y alientos.

 

Los Tíos

 

 

 

 

 

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